lunes, 12 de mayo de 2014

No me pasa nada, Julieta…nada.
Mi mujer insistía preguntándome algo que de tan obvio era ya absurdo. Yo seguía poniéndome cada vez de peor humor, cualquier cosa me molestaba. Me sentía como debe sentirse un león enjaulado. Atrapado, oprimido, desesperado, necesitado de explotar de furia y acción, esperando que se abra la puerta para terminar con todo. Comíamos en silencio, los tres, la nena no dijo una palabra, se daba cuenta de que algo pasaba, como ella, como mi esposa. Pero la diferencia entre las dos estaba en que mi mujer no podía quedarse callada.
Gustavo, ¿me vas a decir qué te pasa? ¿Te echaron del trabajo? Contame…soy tu mujer, tengo que saber- Suplicó. Dejé el tenedor sobre el plato, con violencia, a propósito, para que quedara bien claro que ya me había hartado. Le hice una mueca horrible, le saqué la lengua y con el dedo en mi sien le hice entender que estaba loca.

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