miércoles, 4 de junio de 2014

París me gustó tanto como había esperado. Las calles anchas y los edificios tan grandes y bien conservados, el río cruzando la ciudad; intenso, espeso. La vida era otra en esa ciudad, eso podía sentirse en la piel. Había un refinamiento especial, un glamour como decían ellos. Quizás también fuera el resultado de mis ganas de sentirme en el paraíso de una vez por todas. Todas las ciudades donde habíamos estado me parecieron bellas, cada cual en su forma, cada cual con sus secretos, pero en el caso de París todo se había revelado mas allá de mis expectativas. Así fue como caminamos hasta el Arco del Triunfo, nos hartamos de ver los famosos y populares Renault Dauphine que en Buenos Aires apenas estaban asomando. Tomamos un obligatorio café en el Café de la Paix, mirando la calle, absurdamente sentados en la vereda dando la espalda a la lógica de sentarse frente a frente

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