Nadie sabía dónde estaba Posse. Su mujer no lo tenía claro y entre
dormida como estaba solo decía que había “viajado por trabajo”. Galíndez sabía
que eso era imposible pero no tenía sentido seguir con ese tema frente a una
mujer que estaba completamente desgastada. Julieta, según le había dicho que se
llamaba, tenía la cara y el cuerpo cansado, la mente hecha una esponja
maltrecha y muy pocas ganas de salir adelante. Mientras la madre de ella estaba
a su lado mirando como el médico que había venido a asistirla le tomaba la
presión, se dio cuenta de que había llegado a tiempo, que quizás si no hubiera
ido, si le hubiera hecho caso a las ganas que tenía de irse, de abandonar la
búsqueda de esas famosas carpetas, seguramente Julieta no hubiera tenido
chances de ver un nuevo día. Saludó. Le agradecieron sinceramente, pero a la
distancia. Caminó a la puerta que estaba todavía abierta, salió al palier y
cerró. Le pareció desconsiderado dejarla abierta, ya había pasado el apuro, ya
había pasado la urgencia.
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