miércoles, 28 de mayo de 2014

Me levante despacio de la cama en la que estábamos tirados, recorrí con la vista y supuse que estábamos en su habitación. No recordaba nada, qué había pasado luego del boliche, qué habíamos dicho, que habíamos pensado, si es que algo así había sucedido. Empecé a vestirme, no quería despertar a Milagros.  Ella dormía. No sabía la hora y tampoco quería saberla así que cuando me puse el reloj tuve cuidado de no mirar las agujas, como si eso fuera a evitar de alguna forma que el sol saliera cuando le llegara su hora. Seguramente era tarde y yo no debía estar ahí. Por Lorenzo, por su marido, por ella. ¿Pero…qué iba a hacer? Mi vida siempre había sido así, no iba a cambiar, tenía una conexión especial con las mujeres, con todas, inclusive con mi mujer, claro que antes, mucho antes, de que fuera mi mujer. Terminé de ponerme la camisa en la oscuridad. Milagros, como dije, era morocha y flaquita. Dormía desparramada en la cama doble. Tan flaca era que sin corpiño podías contarle las costillas que se le transparentaban en una piel tan blanca que parecía nieve. Era flaquita pero tenía muy buena cola, eso iba a contarle a Lorenzo. El iba a sonreírse pero se enojaría igual.
Termine de vestirme y salí al pasillo. No había nadie que pudiera verme.

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