Me levante despacio
de la cama en la que estábamos tirados, recorrí con la vista y supuse que
estábamos en su habitación. No recordaba nada, qué había pasado luego del
boliche, qué habíamos dicho, que habíamos pensado, si es que algo así había
sucedido. Empecé a vestirme, no quería despertar a Milagros. Ella dormía. No sabía la hora y tampoco quería
saberla así que cuando me puse el reloj tuve cuidado de no mirar las agujas,
como si eso fuera a evitar de alguna forma que el sol saliera cuando le llegara
su hora. Seguramente era tarde y yo no debía estar ahí. Por Lorenzo, por su
marido, por ella. ¿Pero…qué iba a hacer? Mi vida siempre había sido así, no iba
a cambiar, tenía una conexión especial con las mujeres, con todas, inclusive
con mi mujer, claro que antes, mucho antes, de que fuera mi mujer. Terminé de
ponerme la camisa en la oscuridad. Milagros, como dije, era morocha y flaquita. Dormía
desparramada en la cama doble. Tan flaca era que sin corpiño podías contarle
las costillas que se le transparentaban en una piel tan blanca que parecía
nieve. Era flaquita pero tenía muy buena cola, eso iba a contarle a Lorenzo. El
iba a sonreírse pero se enojaría igual.
Termine de vestirme y salí al pasillo. No había nadie que pudiera verme.
Termine de vestirme y salí al pasillo. No había nadie que pudiera verme.
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